La explosión fue grande y sentí que algo pegaba contra mi muñeca derecha. Al mirar, alcancé a ver el hueso en la profundidad del corte antes de que la herida se llenara de sangre.
Bryan Denton, fotógrafo de The New York Times, se encontraba con fuerzas de contraterrorismo de Irak cuando comenzaron su avance hacia Mosul la semana pasada.
BARTELLA, Irak — Nuestro convoy ya había sido el blanco de carros bomba suicida tres veces durante un largo día bajo fuego. Así que las fuerzas iraquíes habían traído un tanque, cuyo cañón principal se mantenía vigilante mientras avanzábamos hacia Mosul.
Sin embargo, comenzamos a oír gritos desde atrás, y cuando volteé, lo supe enseguida: era la bomba número cuatro, al parecer salida de la nada. Para cuando la vi, quizá el vehículo ya estaba a unos 20 kilómetros de distancia.

Estábamos con una unidad de élite de las fuerzas de contraterrorismo iraquí, que en esa mañana de jueves hacía sus primeros avances en la amplia batalla para recuperar Mosul de manos del Estado Islámico.
El primer objetivo grande del comando era rodear y despejar Bartella, un pueblo en manos de militares a unos 9,5 kilómetros al este de las afueras de Mosul. Las tropas, que salieron de una base iraquí cerca de las 5:00 a. m., comenzaron sus avances hacia el este a lo largo de la carretera principal que une a la capital regional kurda, Irbil, con Mosul.
Un reportero iraquí de The New York Times y yo viajábamos con un equipo de televisión del medio noticioso británico ITN. Nos subimos a un enorme MRAP (sigla en inglés de vehículo resistente a minas y emboscadas) del ejército iraquí, en medio de un extenso convoy de vehículos que se preparaba para salir de Bartella.

El comandante del vehículo, el teniente Muhammad Altimimi, señalaba repetidamente hacia edificios sospechosos y las huidizas sombras de combatientes del Estado Islámico que cambiaban de uno a otro lugar para esconderse, y también animaba al tanque Abrams y un escudado buldócer que avanzaran antes que nosotros.
El primer momento de tensión ocurrió cuando llegamos a la primera zona pavimentada que el convoy debía cruzar.
El buldócer se adelantó, quitó parte del pavimento y creó una pequeña berma para proteger al convoy de suicidas con bombas que trataran de alcanzar a las decenas de Humvees mientras atravesaban el camino.
La llegada del primer carro bomba fue anunciada por el sonido de armas automáticas y lanzadores de granadas sobre vehículos que funcionaban de manera totalmente automática. Mientras esperábamos que el buldócer terminara su trabajo, nos habíamos metido en un campo baldío, a más de 275 metros de cualquier construcción.

El vehículo suicida fue ganando velocidad en una pendiente suave desde la aldea que había parecido estar peligrosamente cerca, y trató de virar fuera del camino, hacia un conjunto de vehículos justo detrás de nosotros. Con el peso excesivo de unas placas de acero pintadas de verde mate y café coyote, así como por su carga explosiva, el carro se inclinó torpemente en el campo, donde dio con una pequeña zanja y se volteó.
Tomé fotos de los iraquíes que disparaban hacia el vehículo volteado, como una tortuga sobre su caparazón en el campo, hasta que explotó con fuerza, levantando el polvo a nuestro alrededor.

Una vez tapada la trinchera, estábamos de vuelta en el camino; viramos a la derecha y ahora nos dirigíamos al norte, hacia el blanco del comando: el extremo oeste de Bartella, y la autopista de cuatro carriles que une a Irbil y Mosul.
Inmediatamente después, el convoy comenzó a recibir un fuego más intenso. De nuevo las balas rebotaban contra el vehículo, y los proyectiles de mortero formaban columnas de polvo a nuestro alrededor. La llanta delantera derecha de nuestro MRAP recibió un balazo, pero el equipo siguió manejando hacia adelante; la cojera del vehículo se hacía cada vez más pronunciada mientras brincábamos sobre el terreno desigual.

Seguimos cojeando y finalmente llegamos el camino principal entre Irbil y Mosul, dirigiéndonos al oeste desde Bartella.
Con la llanta delantera derecha casi desintegrada por completo, apenas podíamos movernos. Los técnicos de la artillería de remoción trabajaban delante de nosotros, en coordinación con el buldócer, el tanque y algunas Humvees. Solo a unos cuantos metros adelante, se deshicieron de cuatro grandes explosivos improvisados, mientras los combatientes del Estado Islámico seguían disparando al convoy.
Los iraquíes respondieron con sus lanzagranadas MK-19 y otras armas montadas en los vehículos.

No había mucho que pudiéramos hacer más que esperar en la seguridad relativa del vehículo mientras las fuerzas iraquíes trataban de despejar el área y establecer un perímetro de seguridad. El sol se ponía mientras la tarde se apagaba.
Un soldado tocó en las puertas de atrás y, ya sin sus elementos de protección, nos invitó a bajar del MRAP.
“¿Qué andan haciendo aquí?”, bromeó. Los balazos habían parado y el buldócer había construido una trinchera que bloqueaba la carretera principal. El tanque iraquí se colocó detrás de ella con su torreta dirigida hacia Mosul, vigilando por si aparecía otro coche bomba.

Parecía un momento relativamente sensato para fotografiar a la columna y los alrededores desde fuera del vehículo, mientras los soldados daban vueltas y comenzaban a revisar los edificios que probablemente ocuparían esa noche.
Me bajé y comencé a tomar fotos, asegurándome de mantenerme en movimiento y cerca de un lugar donde pudiera cubrirme, en caso de que quedaran francotiradores en el área. Me dirigía de regreso al vehículo cuando alguien gritó en árabe: “¡Coche bomba!”. Volteé y lo vi, como un armadillo cubierto con placas de metal, moviéndose torpe hacia nosotros desde un estrecho callejón en las afueras del pueblo. Estaba más o menos a 18 o 20 metros de distancia, y empezó a girar casi indolentemente hacia la izquierda, como si quisiera unirse al tráfico.

Mientras todos comenzaron a correr, y los soldados abrían el vehículo, lo único que yo pensaba era en agacharme y encontrar algún lugar para cubrirme. Traté de llegar atrás de la Humvee más cercana, tan rápido como pude correr en cuclillas.
Estuve al aire libre quizá cuatro o cinco segundos, pero eso fue suficiente. La explosión fue grande y sentí que algo pegaba contra la parte superior de mi muñeca derecha. De alguna manera no sentí dolor todavía: en ese momento de hecho pensé en la regla de una maestra que golpeaba mi muñeca… es difícil de explicar.
Me detuve detrás de la Humvee que había sido mi objetivo, con dos soldados iraquíes enfrente de mí. Uno de ellos gritaba, buscando heridas en su cuerpo y en un evidente estado de pánico.
Miré mi muñeca y por un momento pude ver el hueso en la profundidad de un tajo antes de que la herida se llenara de sangre.

Puse mi mano encima para hacer presión. Una parte de mí estaba enfocado en mover los dedos y asegurarme que la muñeca tuviera movimiento, mientras el resto estaba preocupado por la posibilidad de un nuevo ataque.
Otro soldado iraquí llegó hasta mí a través del polvo y el humo. Sacó uno de los torniquetes que cargo en mi equipo de protección para el cuerpo y comenzó a tratar de ponérmelo en el brazo. Le indiqué que se retirara: no había señales de sangrado arterial. Pude regresar al MRAP, donde uno de los periodistas de ITN me ayudó a ponerme un vendaje de compresión. Me pusieron en una camilla en una Humvee con soldados iraquíes que también habían resultado heridos, y nos llevaron de vuelta atrás de su línea de avance.

Había corrido con una suerte increíble y la herida se veía peor de lo que era. No había esquirlas adentro ni ligamentos o tendones rotos, y una radiografía tomada en el hospital de Irbil más tarde esa misma noche mostró que no había señales de fracturas óseas. Sin embargo, era difícil no pensar en lo que pudo haber pasado. Una opción incluso un poco peor habría cambiado todo. Si el fragmento que me dio hubiera golpeado solo unos milímetros a la izquierda, habría podido perder la mano derecha o el movimiento.
FUENTE:http://www.nytimes.com/