Un ciclo polĂtico está terminando en Chile, mientras un intenso malestar reina entre sus habitantes. Pareciera que en muchas partes de AmĂ©rica Latina y el mundo pasa lo mismo, y quizás la respuesta estĂ© en internet, que llegĂł para cambiar las relaciones polĂticas, pero acá coincide además con ciertos ritmos internos. La Ăşltima camada de jĂłvenes que entrĂł al parlamento —Camila Vallejo, Giorgio Jackson, Gabriel Boric y Carol Cariola, todos dirigentes de las protestas estudiantiles de 2011—, naciĂł en los albores del plebiscito de 1988. Ellos no son hijos de la dictadura, sino de la democracia, y el objeto de sus juicios ya no es Pinochet —quien la semana pasada cumpliĂł 10 años de muerto—, sino la ConcertaciĂłn, el orden polĂtico que le dio gobernabilidad a Chile durante las Ăşltimas dĂ©cadas y que hoy agoniza.
A estos millenials ninguna fidelidad los obliga con los fundadores de la normalidad democrática actual. No vivieron directamente la dictadura de Augusto Pinochet, ni sienten responsabilidad alguna por el cuidado de la institucionalidad, porque la amenaza de su ruptura nunca ha estado en sus horizontes. En lugar de reconocer los logros de los “progresistas” de las Ăşltimas dĂ©cadas, les cobran a gritos lo que no hicieron. Entre medio, hay una generaciĂłn perdida que pudo tender el puente para que ambas historias se comunicaran, pero la obnubilĂł la admiraciĂłn por sus padres: acompañarlos como hĂ©roes durante el exilio, escuchar sus cuentos de dolor o aplaudir desde la tribunas su papel en la compleja reconstrucciĂłn de la democracia. El asunto es que a estas alturas de la historia, entre la voz de los abuelos (70-80 años) y la de los nietos (20-30), la de los padres (40-50) brilla por su ausencia.
Detrás de la rabia e insatisfacciĂłn imperante en Chile —un oasis en un continente con paĂses profundamente convulsionados—, hay una fuerte ruptura entre las elites gobernantes y la actual ciudadanĂa. El paĂs al que esas elites le hablan, desarrollado al alero de sus acuerdos, ya no es el mismo. El consumo se expandiĂł y de un 45 por ciento de pobres en 1990 se pasĂł a un 11,7 por ciento segĂşn la Ăşltima mediciĂłn. Esas nuevas clases medias exigen hoy, con su cĂşmulo de contradicciones a cuestas, participar en la escena. SegĂşn un estudio del PNUD del año 2015, al centro de las molestias ciudadanas ya no está la pobreza sino la desigualdad; y más que la desigualdad econĂłmica, la de trato. De hecho, esa misma encuesta registra un aumento sostenido del conflicto social.
La ConcertaciĂłn —alianza de centro izquierda nacida para derrocar a Pinochet— gobernĂł durante dos dĂ©cadas buscando acuerdos con la derecha y manteniendo a raya las fuerzas sociales. Pero esta nueva generaciĂłn de ciudadanos, tributaria del crecimiento econĂłmico y el desarrollo capitalista experimentado durante sus administraciones, irrumpiĂł con petitorios nuevos luego de la llegada de Sebastián Piñera al poder (2010), el primer presidente de derecha desde el fin de la dictadura.
Decenas de miles marcharon en contra de HidroaysĂ©n, el proyecto de una mega central hidroelĂ©ctrica que la transnacional ENEL y el grupo Matte —uno de los tres holdings más grandes de Chile— pensaban construir a costa de un potencial daño ambiental en el corazĂłn de la Patagonia. TambiĂ©n marcharon las minorĂas sexuales pidiendo un trato igualitario, los que defendĂan la legalizaciĂłn de la marihuana, y hasta cierta organizaciĂłn de zombies convocĂł a varios miles de jĂłvenes disfrazados de muertos vivientes a penar por el centro de Santiago. Desde 2014, cerca de una decena de marchas han llegado a convocar hasta cien mil manifestantes por las razones más diversas, desde la oposiciĂłn al sistema de pensiones (AFP) hasta manifestaciones en contra del femicidio. Más allá de cada uno de los motivos concretos, sin embargo, parece haber un lema que las aĂşna: “AquĂ estamos”.
Las redes sociales influyen a estas nuevas clases medias más que la prensa y los partidos, y eso que alguna vez se llamó proyecto colectivo hoy parece más bien una suma de grupos que se suman o se restan dependiendo del atractivo momentáneo de sus causas. La izquierda, mientras tanto, llamada a darle cohesión y respuesta a este nuevo repertorio de demandas, se debate entre el reconocimiento y la negación de lo construido desde el fin de Pinochet, entre quienes abogan por transformaciones graduales, y los que consideran tal gradualismo como una excusa para mantener el statu quo. Ante tales tensiones en el progresismo, hay quienes ya ven a Sebastián Piñera, el candidato de la derecha, regresando a La Moneda.
Chile vive una dispersiĂłn polĂtica inĂ©dita en las Ăşltimas dĂ©cadas AĂşn no ha emergido un nuevo orden que sustituya a la ConcertaciĂłn, hoy llamada Nueva MayorĂa. Y la clase polĂtica no parece haber encontrado el modo de traducir en discursos y propuestas convincentes la insatisfacciĂłn imperante.
El 23 de octubre se realizaron elecciones municipales y sufragĂł apenas un 35% de los votantes, la más baja participaciĂłn en una elecciĂłn desde el regreso de la democracia. El mundo polĂtico propuso reponer el voto obligatorio. Si se considera que, segĂşn las Ăşltimas encuestas, un escaso 18% de la poblaciĂłn se siente representada por las dos grandes coaliciones existentes desde el fin de la dictadura pinochetista, la soluciĂłn al problema de la abstenciĂłn no parece estar allĂ. Facilitar el sufragio electrĂłnico vĂa internet es otra de las ideas que circulan, pero el reto de fondo es claramente otro y de mucha más difĂcil soluciĂłn: abrir los asfixiados espacios de deliberaciĂłn polĂtica dándole espacio a las nuevas generaciones, para permitir el ingreso de nuevos grupos portadores de nuevas experiencias y visiones. Se debe tambiĂ©n rescatar los partidos existentes de sus viejos controladores (quienes roncan ahĂ siguen siendo los artĂfices de la TransiciĂłn) y generar espacios de diálogo, con los partidos y organizaciones sociales nacidos en el Ăşltimo tiempo. No es fácil, porque son muchas las voces llamadas a participar.
La reconstrucciĂłn de la democracia chilena se llevĂł a cabo tejiendo acuerdos (más o menos satisfactorios) entre las fuerzas existentes a fines de los años 80 y comienzos de los 90. A este ciclo que comienza a perfilarse entre los escombros de ese otro que no acaba de terminar, le corresponderá tejer un diálogo nuevo y mucho más exigente con los herederos del paĂs que hasta aquĂ se ha construido.
De la capacidad de escucharse mutuamente dependerá el Ă©xito de la vĂa chilena al desarrollo.
fuente:http://www.nytimes.com/