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Hace una generación, a los padres les preocupaban los efectos de ver la televisión; antes de eso, era la radio. Ahora, la preocupación es la exposición a pantallas, la cantidad de tiempo en la que que los niños —sobre todo los púberes y los adolescentes— interactúan con televisores, computadoras, teléfonos inteligentes, tabletas digitales y videojuegos.Es un grupo etario importante porque la interacción con pantallas aumenta drásticamente durante la adolescencia y porque el desarrollo cerebral también se acelera a esa edad; las redes neuronales se definen y consolidan durante la transición a la adultez.
El estudio ABCD (Adolescent Brain Cognitive Development, o desarrollo cognitivo del cerebro adolescente) es un proyecto de 300 millones de dólares financiado por los Institutos Nacionales de la Salud (NIH) que busca elucidar qué tanto el desarrollo cerebral se ve afectado por varios factores, entre ellos el consumo de sustancias, las contusiones y el tiempo frente a las pantallas. Un reporte reciente que forma parte del estudio informó que pasar mucho tiempo usando pantallas se asocia con calificaciones más bajas en las pruebas de aptitudes y con el proceso natural de “adelgazamiento cortical” en algunos niños. Sin embargo, los datos son preliminares y no está claro si los efectos son duraderos o incluso significativos.
¿La adicción a las pantallas cambia el cerebro?
Sí, pero pasa lo mismo con cualquier otra actividad que practiquen los niños y varios de sus contextos: el sueño, la tarea, jugar futbol, discutir, crecer en la pobreza, leer o vaporear o fumar. El cerebro adolescente cambia continuamente, o se “reconecta”, en respuesta a las actividades diarias, y esa adaptación continúa hasta la primera mitad de sus veintitantos.
Lo que quieren saber los científicos es si hay algún límite de tiempo frente a las pantallas que provoque diferencias medibles en la estructura o las funciones cerebrales de los adolescentes, y si estas son significativas. ¿Causan déficit de atención, problemas de humor o retrasos en la lectura o su capacidad para resolver problemas?
¿Ya han sido halladas diferencias de este tipo?
No de manera convincente. Más de cien informes y análisis científicos han estudiado la relación entre la manera en que se usan las pantallas y el bienestar de los jóvenes, en busca de diferencias emocionales o de comportamiento, así como cambios de actitud relacionados con aspectos como la imagen corporal. En 2014, científicos de Queen’s University, en Belfast, revisaron 43 de esos 100 estudios; los que consideraron mejor diseñados.
En un metaanálisis concluyeron que las redes sociales permiten que la gente aumente su círculo de contactos sociales de maneras que podrían resultar tanto positivas como negativas al, por ejemplo, exponer a los jóvenes a contenido agresivo. Sin embargo, la revisión de los autores concluyó que no “había suficientes investigaciones causales sólidas sobre el impacto de las redes sociales en el bienestar mental de los jóvenes”.
En resumen: los resultados han sido diversos y, a veces, contradictorios.
Los psicólogos también han examinado si jugar videojuegos violentos está relacionado con comportamientos agresivos. Se han llevado a cabo más de doscientos estudios de este tipo; en algunos se encontraron vínculos y en otros no. Un desafío al estudiar este y otros aspectos de la exposición a las pantallas es identificar la dirección de la causalidad: ¿los niños que juegan muchos videojuegos violentos se vuelven más agresivos como resultado, o acaso se sintieron atraídos a ese tipo de contenido porque eran más agresivos desde un principio?Continue reading the main storyFoto

CreditPaul Rogers
Incluso si los científicos encontraran evidencia sólida de un efecto mensurable —por ejemplo, que tres horas diarias frente a pantallas estuviera asociado a un mayor riesgo de ser diagnosticado con trastorno por déficit de atención e hiperactividad— tal vínculo no necesariamente significaría que hay diferencias consistentes y mensurables en la estructura cerebral.
La variación individual es una regla del desarrollo cerebral. El tamaño de regiones cerebrales específicas como el córtex prefrontal, el ritmo al que estas regiones consolidan sus redes neurales y las variaciones de estos parámetros entre un individuo y otro hacen que sea muy difícil interpretar ciertos hallazgos. Los científicos necesitan tener una cantidad enorme de sujetos de investigación y un mucho mejor entendimiento del cerebro.
El estudio ABCD, ¿no sirve precisamente para eso?
Sí. La investigación longitudinal espera seguir a 11.800 niños a través de la adolescencia, con estudios anuales de resonancia magnética, para ver si los cambios en el cerebro están relacionados con el comportamiento o la salud. El estudio comenzó en 2013 con veintiún centros de investigación académica; el enfoque inicial era en los efectos de las drogas y el consumo de alcohol en el cerebro adolescente. El proyecto se ha expandido y ahora incluye otros temas, como los efectos de las lesiones cerebrales, la exposición a pantallas, la genética y una serie “de factores medioambientales diversos”.
El artículo publicado recientemente da un vistazo temprano a los resultados que se anticipan. Un equipo de investigación, con sede en la Universidad de California, campus San Diego, analizó los exámenes cerebrales de más de 4500 púberes y los correlacionó con la cantidad de tiempo que los niños pasan frente a las pantallas (tiempo reportado por los mismos menores en cuestionarios), así como sus puntajes en pruebas de uso de lenguaje y de intelecto.
Los hallazgos fueron variados. Algunos niños que dijeron pasar mucho tiempo frente a las pantallas mostraron adelgazamiento cortical a edades más tempranas de lo esperado; pero ese adelgazamiento también es parte de la maduración cerebral natural, y los científicos no saben qué significa la diferencia. Algunos niños que dijeron pasar mucho tiempo frente a las pantallas obtuvieron puntajes por debajo de la curva en las pruebas de aptitudes, mientras que otros se desempeñaron bien.
Es difícil de verificar la precisión de la cantidad de tiempo frente a las pantallas, pues fue autorreportada. Además, la relación entre las pequeñas diferencias en la estructura cerebral y la manera en que la gente se comporta es aún más ambigua. Es muy difícil obtener conclusiones claras y esta situación se complica debido al hecho de que usar un escáner cerebral no es más que una captura temporal: dentro de un año, algunas de las relaciones observadas podrían revertirse.
“La diversidad de los resultados proporciona un mensaje importante de salud pública: que la interacción con pantallas no es nociva por sí sola para el cerebro o para el funcionamiento relacionado con el cerebro”, concluyeron los autores del estudio.
En otras palabras, los efectos medidos podrían ser buenos o, con más probabilidad, quizá no sean significativos en absoluto, hasta que otras investigaciones demuestren lo contrario.
Pero ¿la adicción a las pantallas no hace ningún daño?
Probablemente es tanto mala como buena para el cerebro, según el individuo y sus hábitos de uso de pantallas. Muchas personas que están aisladas socialmente —ya sea como resultado de abusos, excentricidades personales o diferencias en el desarrollo, como el síndrome de Asperger— establecen redes sociales a través de sus pantallas que no podrían encontrar en persona.
Separar las consecuencias negativas y las positivas en el desarrollo físico del cerebro será muy difícil, dados los muchos factores que están potencialmente en juego: desde los efectos del consumo de marihuana, del alcohol, los cigarrillos electrónicos, las diferencias genéticas, los cambios en casa o la escuela hasta toda la tormenta emocional que conlleva la adolescencia.
La mayoría de los padres quizá ya están conscientes de la desventaja más grande del tiempo frente a las pantallas: el grado al que puede desplazar otras experiencias de la infancia, entre ellas el sueño, escalar cercas, jugar al aire libre o meterse en problemas. Aunque muchos padres —quizá la mayoría— seguramente vieron varias horas de televisión al día cuando eran jóvenes. Puede que sus experiencias quizá sean más similares de lo que creen a las de sus hijos.
fuente nytimes.com