En diciembre de 1977, cuando llegĂł Diego C. Asencio como embajador de Estados Unidos, terminaba el gobierno LĂłpez y el narcotráfico crecĂa sin mayores talanqueras. Antes de un año en Bogotá, en octubre de 1978, despuĂ©s de presenciar las elecciones de los caciques eternamente elegidos, y otra que dejĂł como presidente a Julio CĂ©sar Turbay, el diplomático aportĂł una declaraciĂłn que causĂł estupor: “los narcotraficantes colombianos son tan fuertes en tĂ©rminos de poder financiero, que podrĂan tener su propio partido, y pueden haber comprado y pagado ya a diez miembros del cuerpo legislativo”. No estaba lejos. (Lea tambiĂ©n: Antes que Estados Unidos, España nos prohibiĂł la coca)
Con los caudales de la corrupciĂłn, la mafia reclutaba polĂticos. La guerra en Miami o Nueva York necesitaba control, al igual que la bonanza coquera. Turbay respondiĂł a quienes lo asociaban con capos con una operaciĂłn militar mirando hacia Washington.
Con los caudales de la corrupciĂłn, la mafia reclutaba polĂticos. La guerra en Miami o Nueva York necesitaba control, al igual que la bonanza coquera. Turbay respondiĂł a quienes lo asociaban con capos con una operaciĂłn militar mirando hacia Washington.
Se denominĂł OperaciĂłn Fulminante, varias zonas de La Guajira fueron fotografiadas con tecnologĂa aĂ©rea y luego militarizadas para incautar armas y municiones o destruir droga y cultivos de marihuana. DespuĂ©s de experimentarlo en MĂ©jico, como lo escribiĂł el historiador y politĂłlogo Petrit Baquero en su libro El ABC de la Mafia, “ante la presiĂłn del gobierno estadounidense, el colombiano fumigĂł los cultivos de la Sierra Nevada con el exfoliante Paraquat”. TambiĂ©n se aplicĂł en la SerranĂa del Perijá. La insistencia norteamericana derivĂł en una relaciĂłn bilateral que impuso la obligaciĂłn de las erradicaciones. Por la misma Ă©poca, el diario El PaĂs de España, citando declaraciones del administrador de la DEA, Peter Bensinger, reportĂł que, gracias a la misiĂłn Stopgap, se habĂa reducido un tercio del flujo de la marihuana colombiana a Estados Unidos. (Le puede interesar: Cuando Colombia consumiĂł cocaĂna 'made in Germany')
n embargo, faltaba el colofĂłn. El Tratado de ExtradiciĂłn que el gobierno de Julio CĂ©sar Turbay firmĂł el 14 de septiembre de 1979 con Estados Unidos en Washington y que pasĂł como una noticia más en medio del debate por el Estatuto de Seguridad o la novedad de la televisiĂłn a color, pero que terminĂł cambiando el destino de Colombia. En su ediciĂłn 235 del 18 de octubre, en un informe titulado “Droga, la guerra sucia”, la revista Alternativa resumiĂł lo que estaba sucediendo: “la DEA sustituĂa a la legendaria CIA en cuanto a capacidad de intervenciĂłn y espionaje”, y la “vietnamizaciĂłn de las zonas marimberas”, con ayuda financiera, pertrechos bĂ©licos y academia de policĂa para instruir en la lucha antinarcĂłticos, probaba que “con el pretexto de frenar el flujo de marihuana y cocaĂna”, comenzaba a desarrollarse “una sĂłrdida y sucia guerra”.
El 24 de febrero de 1980, cuando salĂa de la casa de un amigo en MedellĂn, fue asesinado a tiros el director de la Aeronáutica Civil, Fernando Uribe Senior. Dos años antes habĂa caĂdo el director operativo Osiris de J. Maldonado. Entre la impunidad imperante, reapareciĂł el fantasma de los carteles. Esa misma semana, el ministro de justicia Hugo Escobar reconociĂł que el narcotráfico financiaba campañas para las elecciones de mitaca en marzo y los gremios econĂłmicos expidieron una declaraciĂłn para admitir clientelismo mafioso de algunos candidatos. Igual, pasĂł de largo porque tres dĂas despuĂ©s del crimen de Uribe Senior, el M-19 tomĂł la embajada de la RepĂşblica Dominicana con doce embajadores como rehenes, entre ellos el norteamericano Diego C. Asensio, y el narcotráfico pudo elegir a sus adjuntos mientras se resolvĂa la crisis. (Lea tambiĂ©n: Patrones y sicarios: asĂ era el ajedrez de la mafia antes de Escobar)
Pero a pesar de los capĂtulos militares y polĂticos de otras guerras, el plan contra el narcotráfico estaba trazado. Tras un lánguido debate, en octubre de 1980, el presidente del Senado, JosĂ© Ignacio DĂaz Granados y de la Cámara, Hernando Turbay, firmaron la ley 27, aprobatoria del Tratado de ExtradiciĂłn, protocolizado un año antes en Washington por el embajador Virgilio Barco y el secretario de Estado Cyrus Vance. Una norma que, por “deberes oficiales en el exterior” del presidente Turbay, resultĂł sancionada a travĂ©s del decreto 2904 por su ministro delegatario con funciones presidenciales, Germán Zea Hernández. Estados Unidos dio asĂ un paso crucial en su pelea aparte contra los mafiosos colombianos, quienes habĂan alcanzado un poder que ya desbordaba a la justicia nacional, parcialmente la sociedad toleraba y daba visos de avidez por el estrado polĂtico.
Si Griselda Blanco, BenjamĂn Herrera Zuleta, Alfredo GĂłmez o VerĂłnica Rivera habĂan abierto las primeras rutas, en el tránsito a los años 80 ya era asunto de grandes capos. El principal objetivo en Estados Unidos, por su largo recorrido judicial, era Carlos Lehder Rivas, nacido en Armenia (QuindĂo), hijo de un emigrante alemán que habĂa llegado a Colombia a finales de los años 20. En 1973 fue detenido por primera vez en Detroit (Michigan) por transporte interestatal de carros robados. Al mes estaba en la calle, pero en enero de 1974 fue recapturado por posesiĂłn de marihuana y condenado a dos años de prisiĂłn. A finales de 1975, cuando recobrĂł su libertad bajo palabra, primero se asociĂł con el narcotraficante George Jung y despuĂ©s apareciĂł comprándole a un potentado norteamericano, dueño de un parque de diversiones de la Florida, parte de la isla Cayo Norman, en las Bahamas.
En 1978, Lehder era un temerario capo que obraba como reyezuelo en la isla Cayo Norman, que de lujoso club de yates a escasas millas de La Florida, pasĂł a convertirse en cabeza de playa para movilizar toneladas de droga a Estados Unidos. Entre 1979 y 1980, con apoyo de la DEA, la PolicĂa de Nassau adelantĂł acciones para capturarlo, pero eludiĂł el cerco porque contaba con informantes bien pagos. Un fiscal del distrito de La Florida lo acusĂł formalmente ante un jurado por tráfico de cocaĂna y evasiĂłn de impuestos. Por eso regresĂł a Colombia y edificĂł su imperio en Armenia. El dĂa que le obsequiĂł al departamento del QuindĂo un moderno aviĂłn que apareciĂł parqueado en el aeropuerto El EdĂ©n, encartado con el regalo el gobernador Mario RamĂrez consultĂł el caso al gobierno Turbay y terminĂł legalizado, con la firma del ministro de gobierno, Germán Zea Hernández.
Algo parecido se vivĂa en Cali con los hermanos Gilberto y Miguel RodrĂguez Orejuela, de quienes la justicia tenĂa conocimiento desde el secuestro de dos ciudadanos suizos en el barrio Ciudad JardĂn en octubre de 1969, que luego fueron rescatados y aquellos aparecieron entre el grupo de capturados. Los Chemas, con su socio JosĂ© Santacruz Londoño, que permanecieron algunos meses detenidos en los calabozos del DAS y despuĂ©s fueron liberados por falta de pruebas. Entonces el cĂrculo se pasĂł del todo al narcotráfico y Gilberto RodrĂguez se convirtiĂł en uno de los sĂşbitos magnates de Colombia. Propietario del laboratorio Kressford y de la cadena de farmacias drogas La Rebaja. Con la franquicia para la venta de vehĂculos de la Chysler Corporation en Colombia, más 40 almacenes de repuestos y el visto bueno de la embajada de Estados Unidos.
En 1979, constituyĂł el Grupo Radial Colombiano y se convirtiĂł en el principal socio y miembro de la junta directiva del Banco de los Trabajadores, con licencia para mover rĂos de dinero a la vista de las autoridades financieras de Colombia. Años despuĂ©s comprĂł el First Interamericans Bank de Panamá, donde tambiĂ©n circularon sus torrentes ilĂcitos. La lista de sus propiedades, empresas o inmuebles fue inmensa. Cada socio gozaba de parecidas fortunas y particularidades. La de su hermano Miguel RodrĂguez Orejuela fue el club profesional de fĂştbol AmĂ©rica de Cali, donde pronto fue designado miembro del comitĂ© ejecutivo y, con el paso de los dĂas, se hizo su dueño absoluto. Los hermanos Gilberto y Miguel RodrĂguez Orejuela, JosĂ© Santacruz Londoño, Elmer Herrera Buitrago, vivĂan a sus anchas ante un Estado que conocĂa bien lo que pasaba.
De la lĂnea Antioquia, herencia del padrino Alfredo GĂłmez o Santiago Ocampo Zuluaga, el alumno aventajado fue Pablo Escobar Gaviria, el estelar de los mágicos. Su nombre saliĂł a relucir desde el 9 de junio de 1976 cuando fue capturado junto a su primo y socio Gustavo Gaviria Rivero y su cuñado Mario Henao. TambiĂ©n quedĂł el registro de la soluciĂłn jurĂdica de su caso y de su proceder violento para borrar todo rastro ante la justicia. Los dos detectives que testificaron en su contra y el director del DAS Antioquia fueron asesinados. En cambio, Escobar Gaviria y los suyos quedaron libres en breve tiempo. DĂas despuĂ©s fue hurtado el expediente. Sus redes de distribuciĂłn de cocaĂna en Estados Unidos fueron tan exitosas, que pronto fue notorio en MedellĂn que existĂa un empresario con un poder sin lĂmites. Ese hombre cambiĂł la historia de Antioquia y de paso la de Colombia.
En Puerto Triunfo, zona del Magdalena Medio, adquiriĂł una vasta extensiĂłn de tierra donde constituyĂł su hacienda Nápoles. Con bar, piscina, salĂłn de juegos, comedor para 70 personas, caballeriza, zoolĂłgico, estaciĂłn de gasolina y hasta pista de aterrizaje. Y, como se sabe, con la avioneta HK 617-P con la que coronĂł su primer viaje de cocaĂna a la entrada de su fortĂn. En esa base de operaciones, Pablo Escobar ejercĂa su poder junto a sus socios, en especial Jorge Luis, Juan David y Fabio Ochoa Vásquez, con sus redes de distribuciĂłn en Estados Unidos sostenidas por el tenebroso Rafael Cardona, amigo de Griselda Blanco. Todos del clan que vivĂa su tiempo de pasarela. Pablo Correa Arroyabe, Jairo MejĂa, Fidel Castaño, Gustavo Gaviria, Fernando Galeano, Gerardo Moncada. Albeiro Areiza o Leonidas Vargas. Juntos, independientes o con socios como el hondureño RamĂłn Matta Ballesteros, acapararon el negocio de la cocaĂna.
Con otro capo estratĂ©gico del entorno de la zona esmeraldĂfera de Boyacá, natural de Pacho (Cundinamarca) llamado Gonzalo RodrĂguez Gacha, alias El Mejicano, impune desde su base de operaciones agroindustrial Inverganaderas, con criadero de caballos para seis haciendas. Un narco castizo que no confiaba en los bancos y ocultaba dĂłlares y lingotes de oro al mismo ritmo en que se hizo dueño de grandes extensiones de tierra en Cundinamarca, CĂłrdoba, Sucre, Magdalena Medio o los Llanos Orientales. Uno de los impulsores de los laboratorios para procesar droga a gran escala. Su ejemplo fue Tranquilandia, su primordial enemigo las Farc, su joya de la corona entrar con maletines de dinero al equipo profesional de fĂştbol Millonarios. Como los demás capos, bajo la mampara de la corrupciĂłn concentrada en tres frentes: fuerza pĂşblica, polĂticos y justicia.
A falta de confrontaciĂłn sistemática del Estado, el narcotráfico se mimetizĂł en casi todos los frentes lĂcitos del paĂs y en todas las telarañas del delito. Se filtrĂł a la banca, la industria o el comercio, alterĂł la vida de las regiones y los barrios, permeĂł la cultura o el deporte, sus capitales multiplicaron las arcas de la guerrilla a travĂ©s del gramaje y crearon las oficinas de cobro. Era inevitable que tarde o temprano tanta laxitud desbordara en una guerra. El detonante fue el secuestro. La guerrilla concluyĂł que hacerlo con familiares de narcotraficantes o con los mismos capos era un asunto rentable, hasta Lehder se vio tocado por el flagelo, pero la insurgencia se metiĂł con poderosos que no se aguantaron y la rĂ©plica fue brutal. El capĂtulo definitivo empezĂł el 13 de noviembre de 1981, cuando fue secuestrada en MedellĂn la estudiante Martha Nieves Ochoa Vásquez.
La secuestrada era la hermana de los narcotraficantes Jorge Luis, Juan David y Fabio Ochoa Vásquez, y los afectados pidieron apoyo a Pablo Escobar Gaviria para recuperarla. El capo organizĂł una operaciĂłn rastrillo en los bajos fondos del Valle de Aburrá que lo llevĂł a determinar la autorĂa del M-19. Algunos murieron, otros fueron torturados, hasta el hombre fuerte de Panamá, general Omar Torrijos, intervino para aplacar la agresiva negociaciĂłn que llevĂł a rescatar a la cautiva. La joven fue liberada en Armenia en febrero de 1982, pero la guerra ya estaba declarada. El 2 de diciembre de 1981, en medio de un partido en el estadio Pascual Guerrero entre AmĂ©rica y Nacional, una avioneta esparciĂł volantes anunciando la creaciĂłn del movimiento muerte a secuestradores (MAS), constituido en reuniĂłn de 223 jefes mafiosos decididos a enfrentar al secuestro.
Con capital inicial de casi $500 millones para conseguir armas, equipos de comunicaciĂłn o sicarios, hasta conformar un grupo de casi 2.500 personas, amparados en que las leyes permitĂan crear grupos de autodefensas. La gĂ©nesis de los dineros y trabajos cruzados de los fuegos amigos. El MAS fue semilla de violencia y complicidad azuzada por sesgos, que empezĂł rastreando secuestradores y terminĂł extendiendo su taliĂłn a todo lo que oliera a izquierda polĂtica. En varias regiones se acuñó un tĂ©rmino para referirse a su paso homicida: los masetos. Entrañas del paramilitarismo que en Segovia (Antioquia) tuvieron un golpe mortal: las FARC secuestraron a JesĂşs Antonio Castaño, padre de Fidel Castaño, amigo de Pablo Escobar, y el cautivo muriĂł sin libertad. Junto a sus hermanos Vicente y Carlos, Fidel Castaño pasĂł a ser Rambo y su respuesta primero fue venganza y despuĂ©s apartado de violencia que ensangrentĂł a Colombia.
Cuando el embajador Diego C. Ascencio terminĂł su misiĂłn de tres años en el paĂs y, a finales de 1980, fue sustituido por el diplomático Thomas D. Boyatt, el narcotráfico constituĂa una amenaza que Washington mantenĂa al dĂa en sus procesos oficiales y jurĂdicos, pero que seguĂa en cámara lenta en Colombia. El 4 de noviembre fue electo como nuevo presidente de Estados Unidos el republicano Ronald Reagan, quien adoptĂł la guerra contra las drogas como prioridad. Ahora, con Tratado de ExtradiciĂłn a bordo, era posible pedir a las autoridades colombianas que apoyaran su causa con un primer candidato, Carlos Lehder Rivas. Pero el locuaz capo comenzaba a dar forma a su perorata contra ese pacto suscrito con Estados Unidos. El choque se veĂa venir y tambiĂ©n el relevo para el cuatrienio Turbay.
En medio de un narcotráfico sin freno, la confrontaciĂłn electoral para reemplazar a Turbay incluyĂł desde promesas de cero tolerancia a las drogas, compromisos de lucha internacional o enfoques de sustituciĂłn de cultivos ante evidencias como las advertidas por el periodista Germán SantamarĂa en una de sus crĂłnicas, cuando recalcĂł que al paĂs se lo habĂa tragado la coca. Fueron unos comicios en los que la inquietud era cĂłmo evitar que el narcotráfico tuviera aliados por dinero o ayudara a la compra de votos en las regiones. Por su parte, Carlos Lehder, sin inmutarse frente al cerco que se estrechaba a su alrededor, fungĂa como jefe del Movimiento Latino Nacional, una combinaciĂłn de civismo y nacionalismo extremo que invocaba a SimĂłn BolĂvar o a Jorge EliĂ©cer Gaitán, incluĂa discursos ecolĂłgicos, o promovĂa “sábados patriĂłticos” para repartir mercados y billetes.
Al tiempo que Lehder pagaba páginas contra la extradiciĂłn en los periĂłdicos, impulsaba concejales o echaba discursos, en contravĂa de algunos de sus socios y familia, Pablo Escobar se dejĂł seducir por su ambiciĂłn, su afán polĂtico, los discursos del dirigente Jairo Ortega y el Movimiento de RenovaciĂłn Liberal. Entonces se inscribiĂł como candidato a la Cámara de Representantes. Inicialmente, en apoyo a la aspiraciĂłn presidencial de Luis Carlos Galán, pero la desconfianza de sus lĂderes Rodrigo Lara e Iván Marulanda, lo impidieron, y Galán encontrĂł el lugar adecuado para sacudirse de los aparecidos. El 4 de marzo de 1982, en pleno parque de BerrĂo en MedellĂn, anunciĂł que sus nombres estaban vetados para sumarse a sus listas. De todos modos salieron elegidos y el capo nunca perdonĂł a Lara y Galán el escarnio vivido en Antioquia a escasos dĂas de los comicios.
A sus 33 años, el narcotráfico entraba al poder polĂtico en cabeza de uno de sus principales capos. Con inmunidad parlamentaria y las franquicias de cualquier congresista. Como, por ejemplo, en compañĂa del senador liberal Alberto Santofimio, asistir a la posesiĂłn presidencial del dirigente del Partido Socialista Obrero Español, Felipe González en Madrid, en octubre de 1982; o emprender viaje de turismo por Estados Unidos, acompañado por su hermano Roberto, su socio Gustavo Gaviria y su jefe de sicarios John Jairo Arias TascĂłn, alias Pinina. Con la familia a bordo, en su libro La parábola de Pablo, el escritor Alonso Salazar reseñó como Escobar y su grupo viajero visitĂł la calle donde fue asesinado el presidente Kennedy en Texas; pasĂł por California para conocer la meca del cine y en Washington se tomĂł histĂłricas fotografĂas ante el museo del FBI o la Casa Blanca.
La fama lo rodeaba y mientras sus pares de Cali, el Norte del Valle, occidente de Boyacá, Costa Atlántica, Caquetá, Pereira o Bogotá crecĂan en poder econĂłmico y social, Ă©l disfrutaba las mieles de su victoria polĂtica. Que no fue larga porque estaba cantado que en breve sus contradictores le iban a enrostrar su dudoso altruismo. Cuando llegĂł el momento, su defensa fue recordar cĂłmo sus dineros habĂan sido acogidos en los tiempos electorales y ahora eran satanizados hasta por sus beneficiarios. Lo hizo en especial para recordarle al dirigente polĂtico bogotano Ernesto Samper, jefe nacional de la fallida campaña reeleccionista de LĂłpez Michelsen, que habĂa aportado $23 millones a travĂ©s de la compra de boletas para la rifa de un carro, y que tanto Samper como el candidato LĂłpez habĂan acudido a la reuniĂłn donde se formalizĂł ese respaldo.
LĂłpez admitiĂł tiempo despuĂ©s que pasĂł de prisa, ni siquiera se sentĂł, le dio la mano a unos tipos que ni siquiera conocĂa, y despuĂ©s se enterĂł que eran Pablo Escobar, los hermanos Ochoa y probablemente Carlos Lehder y RodrĂguez Gacha. Otra versiĂłn aportĂł el senador liberal Federico Estrada VĂ©lez, quien señalĂł que Ă©l llamĂł a Santiago Londoño White, coordinador de la campaña en Antioquia para decirle que unos señores querĂan colaborar y que, con asistencia de LĂłpez y Samper, la reuniĂłn se dio en el hotel Intercontinental de MedellĂn con la plana mayor del narcotráfico. Que efectivamente, LĂłpez saludĂł y se fue y Samper se quedĂł toda la tarde. TambiĂ©n se dijo en aquellos encares que LĂłpez quedĂł de ir a la hacienda Nápoles pero que dejĂł plantado a Escobar con el grupo de mĂşsica argentina Los Visconti que habĂa sido contratado para animar el encuentro.
No es claro si por otro desaire o por jugar a dos bandas, Escobar y algunos de sus pares decidieron apoyar tambiĂ©n al rival de LĂłpez, el candidato del conservatismo Belisario Betancur. Existen versiones que afirman que Gustavo Gaviria Riveros, en un hotel de Bogotá, entregĂł dinero al candidato. El periodista Fabio Castillo dice que la entrega se hizo en Melgar y que RodrĂguez Gacha tambiĂ©n aportĂł a la colecta. La mejor evidencia fue la carta genĂ©rica de agradecimiento que el vencedor Belisario Betancur hizo llegar a quienes contribuyeron a su empresa electoral e incluyĂł a la organizaciĂłn MedellĂn CĂvico, asociado a la plataforma electoral de Escobar Gaviria. “Reciba mi agradecimiento por su decisivo aporte que me ha llevado a la Presidencia de Colombia”, quedĂł escrito como constancia de que en las dos campañas no existieron suficientes filtros.
Desde otra orilla del narcotráfico, la del cartel de Cali más discreta en materia polĂtica y más jugada en corrupciĂłn, el testimonio lo dejĂł el periodista Alberto Giraldo en su libro Mi Verdad, en el que trabajĂł hasta una semana antes de su deceso en 2005. En dicho texto escribiĂł que, en octubre de 1978, cuando Belisario Betancur perdiĂł su segunda candidatura contra Julio CĂ©sar Turbay, Ă©l personalmente le presentĂł a Gilberto RodrĂguez Orejuela y que Ă©ste sacĂł su chequera personal y le obsequiĂł $5 millones. Que despuĂ©s, entre 1978 y 1982, Betancur y RodrĂguez Orejuela se vieron varias veces, y que, en la reñida campaña de 1982, a travĂ©s de cocteles empresariales, Gilberto RodrĂguez aportĂł más de $50 millones a quien por estrecho margen resultĂł ganador el 30 de mayo de 1982, ante la divisiĂłn del liberalismo entre las campañas de Alfonso LĂłpez Michelsen y Luis Carlos Galán.
Cierto o no, ni las autoridades electorales ni la justicia se interesaron por escarbar en la narcopolĂtica, aunque para Betancur estaba claro que el tema era una bomba de tiempo, y que desde Washington, con el as del tratado de extradiciĂłn de su lado y la decisiĂłn del gobierno Reagan y de su vicepresidente George Bush de apalancar la guerra contra las drogas, más temprano que tarde el desenlace iba a estallar en sus manos. Aunque enfocĂł inicialmente su mandato en subsanar el descalabro de la denominada crisis financiera de los años 80, con fila de banqueros y prestamistas privados a la cárcel, y tambiĂ©n en su proceso de paz con las guerrillas que en diciembre de 1982 dejĂł libres a casi todos los que habĂa puesto presos Turbay con el Estatuto de Seguridad, la amenaza del narcotráfico gravitaba en el ambiente como una enorme roca atravesada en el camino.
En febrero de 1983 llegĂł el primer desafĂo. A peticiĂłn del ejecutivo, la ProcuradurĂa encabezada por Carlos JimĂ©nez GĂłmez, entregĂł un informe sobre la composiciĂłn del movimiento MAS que aterrorizaba en varias regiones, y en una lista de 163 personas, 59 de ellas integrantes de la fuerza pĂşblica, quedĂł claro el rol financiador del narcotráfico. En medio de la pelea pĂşblica por las revelaciones y el acoso de Washington ante la grave evidencia, ese mismo mes fue detenido en Cartagena Emiro de JesĂşs MejĂa Romero, propietario de un almacĂ©n de electrodomĂ©sticos acusado de narcotráfico en Estados Unidos. En Riohacha (La Guajira), tambiĂ©n resultĂł capturado Jorge DarĂo GĂłmez Van Griecken, alias “Lucas”. Ambos fueron remitidos a la cárcel Modelo de Bogotá y semanas despuĂ©s la embajada de Estados en Bogotá enviĂł nota verbal al gobierno solicitando su extradiciĂłn.
Con esa medida de aceite a la administraciĂłn Betancur se estrenĂł en abril de 1983 en Colombia el nuevo embajador norteamericano Lewis Arthur Tambs, a quien le bastaron pocos dĂas para saber quĂ© terreno pisaba. En su ediciĂłn del 19 del mismo mes, a raĂz de un foro contra la extradiciĂłn realizado en la discoteca Kevins de MedellĂn una semana antes, promovido por el congresista Pablo Escobar Gaviria y el dueño del establecimiento JosĂ© “Pelusa” Ocampo, la revista Semana, bajo el tĂtulo “Un Robin Hood paisa”, sacĂł el primer artĂculo nacional sobre este polĂ©mico personaje. Un representante a la Cámara de apenas 33 años, propietario de una hacienda avaluada en más de $6.000 millones, que hacĂa ruidosas giras polĂticas en aviones y helicĂłpteros propios, con comitivas de artistas famosos y la presencia permanente de la diva de la televisiĂłn nacional Virginia Vallejo.
Un mes despuĂ©s de la publicaciĂłn, cuando trataba de negociar 11 kilos de cocaĂna con agentes encubiertos de la DEA, fue capturado en Estados Unidos el congresista de CĂłrdoba, Carlos Náder Simmonds. En la misma operaciĂłn cayĂł Germán Bocanegra, exfuncionario de la embajada de Colombia en Hamburgo. Ambos fueron acusados de integrar una red del narcotráfico que terminaba en Holanda. Otra razĂłn para que el presidente Reagan, quien habĂa pasado por Bogotá en diciembre de 1982, siguiera pidiendo explicaciones a su homĂłlogo Betancur; Ă©ste a su vez resultados a su ministro de justicia, Bernardo Gaitán Mahecha; el ventilador pĂşblico agitando nombres de otros narcotraficantes en coqueteos con el poder; y el embajador Lewis Tambs en un lugar de la tramoya, esperando noticias sobre las primeras peticiones de extradiciĂłn.
En julio de 1983, en medio de intensos debates en el Congreso y rifirrafe de Pablo Escobar con el dirigente liberal Ernesto Samper por asuntos de mala memoria en las aproximaciones de la reciente campaña, el gobierno Betancur provocĂł ocho cambios en la composiciĂłn del gabinete ministerial y, por acuerdo con el Nuevo Liberalismo, llegĂł al ministerio de justicia el polĂtico huilense, exalcalde Neiva y congresista, Rodrigo Lara Bonilla. En escasos dĂas, el nuevo ministro destapĂł la olla podrida que nadie querĂa abrir en Colombia desde los estrados del poder. No solo denunciando con nombres propios a los capos de la droga que pocos se atrevĂan a señalar, sino encarando al mismĂsimo Pablo Escobar y su cĂrculo, que no podĂa reaccionar de forma distinta a tenderle una emboscada polĂtica y judicial al ministro.
No obstante, mientras se daban los primeros lances entre Lara, los capos y sus aliados polĂticos, los pendientes trámites de extradiciĂłn de Emiro de JesĂşs MejĂa y Lucas GĂłmez Van Grieken, sufrieron un duro revĂ©s. A pesar de que, en octubre de 1983, la Sala Penal de la Corte Suprema de Justicia rindiĂł concepto favorable para que los dos detenidos en La Modelo fueran entregados a la justicia norteamericana, sorpresivamente el 11 de noviembre, el gobierno Betancur expidiĂł una resoluciĂłn firmada por el presidente Betancur y su ministro Rodrigo Lara, que dejĂł a todos boquiabiertos, en especial a Estados Unidos. El ejecutivo negĂł las dos extradiciones invocando el principio de la territorialidad absoluta, es decir, de la competencia de las autoridades colombianas para procesar penalmente a MejĂa y GĂłmez, quienes celebraron con jĂşbilo la determinaciĂłn.
“Desde su fundaciĂłn como Republica, Colombia ha mantenido la invariable tradiciĂłn de no extraditar a sus nacionales y, cuando en algunos tratados pacto esa posibilidad, se reservĂł la facultad de hacerlo o no”, quedĂł escrito en el documento oficial. La explicaciĂłn jurĂdica apuntĂł a que los hechos evaluados se habĂan comenzado a ejecutar en territorio colombiano para ser consumados en territorio extranjero, ante lo cual debĂa negarse la extradiciĂłn a Estados Unidos. Un baldado de agua frĂa para Estados Unidos que entendĂa que, si el gobierno Betancur se negaba a extraditar a dos mafiosos de poca monta, menos iba a hacerlo respecto a Lehder Rivas u otros de su condiciĂłn, contra quienes la justicia norteamericana seguĂa nutriendo su minucioso dosier judicial para esperar el momento de esgrimirlo en su guerra contra los capos.
*Este contenido es producto de la alianza entre El Espectador y¡Pacifista!
** Para este artĂculo, el autor consultĂł la siguiente bibliografĂa:
Baquero, Petrit, El ABC de la mafia, Editorial Planeta Colombiana S.A., Bogotá, 2012.
Barrios Zuluaga, Ricardo, ConvenciĂłn de Viena y extradiciĂłn, Editores Colombia Ltda, noviembre de 1989.
Castillo, Fabio, Los jinetes de la cocaĂna, Editorial Documentos PeriodĂsticos, Bogotá, noviembre de 1987.
Giraldo, Alberto, Mi verdad, Editorial Planeta Colombiana S.A, Bogotá, 2005.
Osorio Gómez, Jairo, Familia, Ediciones B Colombia S.A, Bogotá, agosto 2015.
Revista Alternativa No. 235, octubre 18 al 25 de 1979, Droga: La Guerra sucia, Bogotá, 1977.
Revista Semana No. 50, 19 de abril de 1983, Un Robin Hood paisa, Bogotá, 1983.
Salazar J. Alonso, La parábola de Pablo, Editorial Planeta Colombiana S.A, Bogotá, 2001.
Santos Molano, Enrique, Colombia dĂa a dĂa, Editorial Planeta Colombiana S.A, Bogotá 2009.
Szasz, Thomas, Droga y ritual, Fondo de Cultura Económica S.A, Madrid, España, 1990.
Vargas Meza, Ricardo, Fumigación y conflicto, Tercer Mundo Editores, Bogotá, noviembre de 1999.
fuente elespectador.com