“En una catástrofe nacional, la persona más fácil de culpar es el presidente”, escribió George W. Bush en sus memorias, poco después de abandonar la Casa Blanca. “Katrina presentó una oportunidad política que algunos de mis críticos explotaron por años”, continúa el expresidente estadounidense cuya carrera política quedó sepultada en gran parte por culpa de su precaria respuesta a la emergencia que, en 2005, dejó cerca de mil personas muertas en Nueva Orleans. (Lea: Huracán José puede aumentar su fuerza en las próximas horas)
Las fotos en las que Bush tocaba la guitarra en la base naval de Coronado, en California del Sur, mientras, al mismo tiempo, los organismos de rescate se enfrentaban a la peor catástrofe que EE. UU. había afrontado desde los ataques terroristas del 11 de septiembre, constituyeron un golpe que, junto a la impopular intervención en Oriente Medio, le dieron un golpe político del que nunca se pudo levantar.
En cada una de sus acciones frente al caos que la semana pasada provocó Harvey en Texas y Luisiana, Donald Trump dejó claro que la lección del descalabro de Bush con Katrina seguía fresca.
El presidente y expresentador de reality show no se conformó con viajar al lugar de la catástrofe. Sus muestras de empatía y liderazgo copiaron al pie de la letra la reacción que Barack Obama tuvo en 2012 ante el huracán Sandy. En lugar de ver la catástrofe desde el avión presidencial, como lo hizo Bush, Trump se subió las mangas de la camisa y realizó una expedición en lancha, estrechó manos, pronunció discursos esperanzadores y recibió aplausos, pero también fue un paso más allá.
Este miércoles, los niveles de pragmatismo del mandatario ante la emergencia hicieron ruborizar a los miembros del Partido Republicano.
Mediante una sorpresiva alianza con la oposición, Trump logró que la ley con la cual se desembolsarán US$7,85 billones para atender el desastre causado por Harvey incluya también la autorización para incrementar el techo de endeudamiento de su administración y el presupuesto que tendrá a su disposición durante los próximos meses.
El trato que logró con los demócratas ha sido fuertemente criticado por miembros de su partido. El argumento de los republicanos es que la decisión que se tomó no representa una solución a largo plazo, pues, según el acuerdo al que se llegó con los representantes de la oposición, el techo fiscal y un nuevo presupuesto tendrán que ser debatidos en diciembre. A los conservadores, partidarios de limitar al mínimo los gastos del Estado, la idea de que Trump pueda seguir incrementando la deuda del país tampoco les resulta una idea halagadora.
La alianza con los demócratas viene justo después del fracaso en sus intentos por reemplazar el sistema de salud que ideó su predecesor, Barack Obama. A pesar de una vehemente campaña en contra de la iniciativa, el sistema de salud estadounidense, que Trump prometió reformar tan pronto llegara al poder, quedó intacto por falta de apoyo de los congresistas republicanos.
Desde hace años, Trump ha dejado claro que entiende que los desastres naturales son un arma de doble filo y, así como pueden hundir carreras políticas, como ocurrió con Bush, también puede dejar réditos políticos.
“El huracán, de nuevo, significa buena suerte para Obama. Va a comprar su elección entregando billones de dólares”, escribió Trump en su cuenta de Twitter cuando, en octubre de 2012, el huracán Sandy dejó cientos de damnificados en Nueva York, pocas semanas antes que los estadounidenses fueran a las urnas y lo eligieran para un segundo período en la Casa Blanca.
Pensar que la respuesta de Obama ante Sandy fue la clave para su triunfo en las elecciones de 2012 es ingenuo, pero no significa que, dentro de la lógica política bajo la que opera Trump, una catástrofe natural no deje de representar una oportunidad.
Las inundaciones de Harvey eclipsaron por completo cualquier noticia sobre los escándalos que persiguen a la administración Trump y, dentro del contexto del ajedrez político en el Congreso, le dieron a Trump una oportunidad para dar un golpe sobre la mesa. La alianza que Trump logró con el Partido Demócrata, aunque de corto alcance, les demuestra a sus copartidarios que no está de manos atadas y que está dispuesto a pasar por encima de los intereses de su partido para sacar adelante su agenda.
La gran pregunta es si el margen de maniobra que el presidente se permitió a raíz de Harvey puede seguir con más tormentas en el horizonte.
Según previsiones del Centro Nacional de Huracanes estadounidense, Irma llegará a las costas de Florida el domingo en la madrugada, después de haber dejado una estela de devastación por varios países del Caribe.
Por ahora, la trayectoria de Irma una vez alcance Estados Unidos es imposible de determinar con certeza, pero las previsiones muestran que, además de Florida, donde el impacto del huracán de categoría cinco parece ser inminente, Alabama, Georgia y Carolina del Sur podrían estar entre los afectados por el fenómeno natural.
La catástrofe que representa Irma, al ser el huracán más potente en la última década, puede traer un remezón político del que parece muy difícil salir bien librado.
Ante el desastre causado por Harvey en Houston, Rick Wales, un famoso locutor de radio conocido por su fervor religioso, llegó a decir que la capital texana estaba recibiendo un castigo divino por haber “promovido la devoción por la comunidad LGBT, por su afinidad por la perversión sexual en Estados Unidos”. Las personas más afines con las evidencias científicas y conscientes de que la reincidencia de huracanes tan poderosos está relacionada con el cambio climático, podrían dejar de ver con ojos benévolos los acercamientos entre demócratas y un presidente que ha negado el efecto de la actividad humana en el clima del planeta.
Los favores que el Partido Demócrata le haga a Trump, como la aprobación del paquete de iniciativas incluidas en el presupuesto de emergencia para atender a las víctimas de la tormenta Harvey, podrían cobrarse para garantizar que cosas como el “Dream Act”, la iniciativa que busca salvar el programa que permite a 800.000 jóvenes indocumentados trabajar y vivir legalmente en Estados Unidos, llegue a buen puerto. Sin embargo, los efectos de la cercanía con Trump podría ser devastadora entre los sectores más liberales del electorado. También existe el riesgo de que Trump, cuya influencia entre los miembros de su partido es cada vez más débil, no sea capaz o no acceda a cederle ni un solo milímetro a la agenda liberal de los demócratas
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