LEGIAN, Indonesia – Desde hace mucho, los habitantes de Bali tiene dos posturas acerca de las tortugas marinas en peligro de extinciĂłn. Algunos quieren salvarlas; otros quieren comĂ©rselas.
Sin embargo, el deseo de salvar a las tortugas es cada vez mayor, en especial entre los balineses más jóvenes.
Durante el dĂa, la playa Legian está llena de turistas de todo el mundo que vienen aquĂ por la arena y el surf. En las noches, cuando la playa está oscura y casi desierta, se convierte en un hábitat crucial para las tortugas.
Alex Unwakoly, un voluntario de la Sociedad para las Tortugas Marinas de Bali, estaba patrullando una playa al otro lado de un hotel de cinco estrellas una noche reciente cuando vio una tortuga golfina (u olivácea) que se habĂa arrastrado hacia la arena para desovar.
AsĂ comenzĂł una rápida operaciĂłn para salvar a la descendencia de la tortuga.Él y un colega mantuvieron a un puñado de turistas a una distancia prudente mientras la tortuga —clasificada como miembro de una especie vulnerable— ponĂa sus huevos. Llegaron otros rescatistas. Luego, cuando la tortuga regresĂł arrastrándose a las aguas del ocĂ©ano ĂŤndico, desenterraron los 136 huevos, cada uno de más o menos el tamaño de una pelota de tenis de mesa, los pusieron en una cubeta y se los llevaron para incubarlos en un lugar más seguro.
“Cada vez que pone huevos regresa a este lugar, que es donde naciĂł”, dijo Unwakoly. Eso puede ocurrir varias veces en un año.
La campaña, en gran medida voluntaria, para salvar a las tortugas marinas de Bali es una extraña historia de Ă©xito en esta popular isla turĂstica, que lucha contra amenazas ambientales, incluyendo basura en la lĂnea costera, playas que se erosionan y descorazonadores congestionamientos de tránsito.
Si se deja que los huevos se incuben solos, como es la intenciĂłn de la naturaleza, estos enfrentan muchas amenazas. Los pueden aplastar los visitantes de la playa, se los puede llevar la corriente, los pueden desenterrar los perros salvajes o se los pueden robar los cazadores furtivos. Las tortugas que ponen sus huevos en la playa enfrentan el riesgo de que se las lleven y las conviertan en la cena.
“Lo más importante respecto de la conservaciĂłn es cĂłmo educar a los humanos”, dijo I Wayan Wiradnyana, el fundador de la Sociedad para las Tortugas Marinas de Bali. “Las tortugas marinas nos pertenecen a todos, asĂ que todos debemos hacernos responsables”.
De las siete especies de tortugas marinas existentes, seis habitan las aguas de Indonesia y todas están clasificadas como vulnerables, en peligro de extinciĂłn o en peligro crĂtico de extinciĂłn.
El principal éxito del grupo se ha dado con la tortuga golfina, a la que parecen no afectarle tanto la basura, el ruido y las brillantes luces de la moderna Bali.
También se dice que sabe a pescado, a diferencia de la tortuga marina verde, a la que los balineses consideran la más deliciosa.
Las dificultades de las tortugas marinas se han reducido de manera considerable desde 2001, cuando llegué aquà para investigar el tráfico de tortugas. Cazar, poseer o comer a estos animales se prohibió en 1999, pero, a pesar de ello, se asesinaba a decenas de miles de tortugas.
Las tortugas que serĂan sacrificadas se mantenĂan a la vista en jaulas de bambĂş en la playa. La carne de tortuga se servĂa sin que fuera secreto en restaurantes pequeños y ceremonias hindĂşes. Los traficantes operaban impunemente y en cierto momento quemaron una estaciĂłn de policĂa en protesta por la prohibiciĂłn.
Las tortugas se destazaban vivas para evitar que la carne se pegara al caparazĂłn. Un carnicero me describiĂł el repugnante proceso de diez minutos: primero cortaba las aletas, luego separaba la carne del caparazĂłn y al final arrancaba el corazĂłn, que aĂşn latĂa.
Las autoridades de la isla, predominantemente hindú, comenzaron a tomar medidas enérgicas para no arriesgarse a una reacción negativa por parte de los turistas extranjeros.

Por su parte, los sacerdotes hindúes ayudaron a proteger a las tortugas al declarar que sacrificarlas no es una práctica religiosa.
Ahora, el tráfico de tortugas se ha vuelto clandestino. A pesar de ello, algunos traficantes y proveedores siguen con su negocio y el año pasado la policĂa marina indonesia en Bali decomisĂł más de 670 kilos de carne de tortuga, incluyendo más de 180 kilos empaquetados con hielo y enviados en camiĂłn desde la isla cercana de Lombok.
Durante los dos años previos, la policĂa arrestĂł a tres traficantes y decomisĂł más de 120 tortugas vivas, segĂşn se ve en los registros.
En una redada realizada un dĂa de marzo antes del amanecer en un restaurante en Jimbaran, una popular zona turĂstica, la policĂa arrestĂł a un cocinero en el momento en que cortaba la carne de tortuga. Si hubieran llegado más tarde, habrĂa estado picada tan finamente que no habrĂa podido distinguirse de otro tipo de carne.
“Cuando llegamos, las aletas ya estaban troceadas”, dijo Budi Prasetyo, un oficial de la policĂa marina. “Tuvimos que armarlas como si fueran un rompecabezas”.
En abril, la policĂa local arrestĂł cerca de la playa Kuta a un hombre sospechoso de haber robado la bolsa de una mujer. Buscaron en su motocicleta y encontraron 97 huevos de tortuga reciĂ©n desenterrados, dijo Wiradnyana. La policĂa los entregĂł al criadero. HabĂa dos rotos.
Wiradnyana y I Gusti Ngurah Tresna, conocido como Agung, comenzaron a tratar de salvar a las tortugas marinas en 2001. Recuperaron los huevos de un único nido, los incubaron y soltaron a las bebés.
Al año siguiente, recuperaron los huevos de dos nidos.
Poco a poco fueron creando conciencia en la comunidad, atrajeron a voluntarios y crearon una red de vigĂas, como conductores de taxis y guardias de seguridad de hoteles, quienes les avisan si ven tortugas en la playa.

El año pasado, la sociedad recuperĂł los huevos de 761 nidos, un rĂ©cord, y liberĂł a 70.000 crĂas. Este año, están en camino de rescatar y liberar a una cantidad incluso mayor.
Sin embargo, casi la mayorĂa son golfinas. Wiradnyana señalĂł que las otras cinco especies que segĂşn se sabe habitan las aguas de Bali no se están recuperando de la misma forma.

Regina Greilich, de 26 años, una maestra de Alemania, elogió la labor y el entusiasmo de los rescatistas de tortugas.
“Me encanta el hecho de que les preocupe tanto el medioambiente”, dijo. “Lo hacen apasionadamente”.
