CIUDAD DE MÉXICO — El tĂtulo de este artĂculo es una frase peligrosa. PodrĂa ser diseccionado semánticamente por un tribunal en Venezuela y condenarte a veinte años de prisiĂłn.
¿QuĂ© quiere decir realmente? ¿Que Nicolás Maduro tiene, posee, un burro? ¿Que es el dueño legĂtimo de un animal cuadrĂşpedo, de la familia de los Ă©quidos, conocido como burro, asno o borrico? ¿O quiere decir, más bien, que Nicolás Maduro es un burro? ¿Se refiere acaso a esa acepciĂłn de “persona bruta e incivil”, como refiere el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española? El problema de fondo, sin duda, es que esta interpretaciĂłn sea un asunto judicial en Venezuela.
Ricardo Prieto y Carlos VarĂłn, dos miembros del cuerpo de bomberos de Apartaderos, una poblaciĂłn de la regiĂłn andina del paĂs, decidieron un dĂa pasear a un burro por los diferentes espacios de su estaciĂłn. Mientras el animal deambulaba, fueron filmándolo con un telĂ©fono, haciendo comentarios en evidente tono de broma, relatando que se trataba de una visita de Nicolás Maduro a las abandonadas dependencias del cuerpo. Alguien colgĂł el video en las redes sociales y, de pronto, esa jocosa “visita presidencial” se volviĂł viral.Y entonces, unos oficiales de la DirecciĂłn General de Contrainteligencia Militar se presentaron y detuvieron a los bomberos. Y entonces, poco despuĂ©s, en un acto casi instantáneo, fueron imputados por el cargo “instigaciĂłn al odio”. Y entonces, luego, en una rueda de prensa, el propio Maduro se mostrĂł intemperante y agresivo en contra de un periodista que se atreviĂł a preguntar por el caso: dudĂł de su calidad y de su honestidad profesional y se negĂł a responderle. Esta seguidilla de hechos y declaraciones solo ha logrado magnificar y darle más resonancia a lo que era una simple broma.
¿CĂłmo un burro puede llegar tan lejos?
La respuesta a esa pregunta está en la violencia que estructura y define cada vez más a la Ă©lite que domina de forma autoritaria a Venezuela. Es una clase, tan reducida como feroz, que todavĂa no entiende que hay cosas, como la inflaciĂłn o el humor, que no se pueden controlar imponiendo decretos. Por eso reaccionan ante ambas con la misma ceguera y brutalidad.
La represiĂłn y la censura, ya se sabe, sirven para mostrar fuerza pero tambiĂ©n delatan una enorme fragilidad. Quien no tiene argumentos tampoco tiene humor. Solo puede negociar a golpes con la realidad. Como señala el poeta Charles Simic, el humor muestra “la dimensiĂłn ridĂcula de la autoridad”. Relativiza su poder, lo democratiza. Es un indicador natural del estado en que se encuentra cualquier sociedad, de su capacidad de discernimiento y de ejercicio de las libertades. Reprimir el ingenio o el chiste es una expresiĂłn inequĂvoca de una gran violencia institucional, un sĂntoma de un rĂ©gimen aterrado que distribuye terror.
Quizás vale la pena recordar el caso de Marianne Elise K., una viuda a quien en 1943, en una pausa de trabajo, se le ocurriĂł contarle a un compañero de la fábrica un chiste sobre Hitler. Fue delataba, acusada, enjuiciada por el Tribunal del Pueblo y condenada a muerte. La lĂłgica del poder a veces se parece mucho al descontrol. En medio de la decadencia militar nazi, entre la zozobra y el temor, una mujer fue ejecutada por decir un chiste. Año y medio despuĂ©s, el fĂĽher tambiĂ©n estaba muerto. El chiste todavĂa existe. La risa, segĂşn decĂa MijaĂl BajtĂn, nunca “pudo oficializarse, fue siempre un arma de liberaciĂłn en las manos del pueblo”.
La broma de dos bomberos que quisieron reĂrse un poco de la autoridad y de su propia desgracia, se ha encontrado con una destemplada y feroz reacciĂłn del gobierno. Mientras la regiĂłn se organiza para discutir el terrible problema del flujo migratorio y debatir de forma colectiva el caso de Venezuela, Nicolás Maduro logra que dos humildes apagafuegos formen parte de los más de 250 presos polĂticos que ya tiene su rĂ©gimen.
La intolerancia ante el humor refleja nĂtidamente el grado de autoritarismo que necesita Maduro para continuar en el poder. Lo del burro es una tonterĂa. Basta recordar que en el año 2006, pĂşblicamente, Hugo Chávez se burlĂł del entonces presidente George W. Bush, llamándolo donkey en varias oportunidades. El tema real es la violencia. Resulta irĂłnico, casi un chiste cruel, que mientras la mayorĂa del Grupo de Lima se pronuncia en contra de una intervenciĂłn violentaen Venezuela, el gobierno venezolano se pronuncia a favor de una intervenciĂłn violenta en contra de los ciudadanos de su propio paĂs.

No creo que la soluciĂłn o la salida a la tragedia que vive mi paĂs sea una invasiĂłn militar. Pero sĂ creo que hay que debatir, buscar y encontrar nuevas maneras de actuar y presionar de manera más eficaz a un gobierno que actĂşa de manera hipĂłcrita y salvaje, que exige internacionalmente aquello que no desea cumplir dentro de sus fronteras. Con el pretexto de la amenaza de una invasiĂłn externa, el gobierno de Maduro ha invadido y saqueado a su paĂs y a sus ciudadanos. ¿QuĂ© se puede hacer entonces frente a un gobierno violento que se alimenta del carácter no violento de sus vecinos?
Nicolás Maduro no es un burro. Puede que sea inepto y negligente, que con frecuencia actĂşe como un incivil. Pero no es bruto. No seguirĂa ahĂ si lo fuera. No habrĂa logrado apartar a sus rivales internos y consolidarse como lo ha hecho. No tiene humor pero sĂ tiene un proyecto. Él —o a quienes Ă©l representa— desea quedarse para siempre en el gobierno. Cada vez con más poder. De cualquier forma y a cualquier precio. Incluso, al tratar de hacer lo imposible: prohibir la risa.
La internacionalizaciĂłn del conflicto no puede opacar el endurecimiento represivo que el gobierno de Maduro ejerce dentro de Venezuela. Es necesario, desde la experiencia ciudadana y desde la práctica polĂtica, pero tambiĂ©n desde la solidaridad internacional y desde la diplomacia, inventar nuevas formas de presiĂłn, nuevos mecanismos de lucha. ¿Es posible desarmar y derrotar a los violentos de manera pacĂfica? ¿CĂłmo? Ese es el debate.
fuente nytimes.com