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Ninguna quiere ser puta


Antes de escribir estas lĂ­neas, he querido hablar con varias prostitutas. Me han contado su vida, como han podido, me han resumido los golpes y las vejaciones sufridas, la ansiedad, el miedo y, sobre todo, la resignaciĂłn. Cada una tiene su propia historia, pero todas tienen algo en comĂşn: ninguna quiere ser puta. Ni siquiera la que cobra cantidades cercanas a las tres cifras. «Un año y lo dejo».
Sin embargo, basta con una búsqueda rápida en Internet para encontrar testimonios de mujeres que se prostituyen libremente, porque así lo desean, sin necesitarlo, sin presiones, sin violencia, sin resignación. Las respeto, pero las tengo en cuenta como lo que son: una minoría, prácticamente una excepción entre las millones de mujeres obligadas a prostituirse a diario.
Con la prostituciĂłn ocurre como con los vientres de alquiler, no conozco a ninguna que quiera serlo. Hagan el ejercicio, pregunten en su entorno, dudo que encuentren ninguna vocaciĂłn frustrada. El cuento de la puta feliz nos lo venden en el cine, en las series de televisiĂłn y, de tanto en tanto, en medios de comunicaciĂłn que elevan la excepciĂłn a norma. Poner el foco en esas pocas es bastardear un debate necesario, usarlas como trampa para olvidar a la abrumadora mayorĂ­a: las prostitutas resignadas, violadas, golpeadas, explotadas.
Para entender la realidad de lo que significa ser puta, conviene saber que «la mayorĂ­a de ellas sufre trastorno de estrĂ©s postraumático en un nivel comparable al de las personas que han sido torturadas. Entre un 65% y un 95% sufriĂł agresiĂłn sexual en la infancia; el 75% viviĂł en la calle en algĂşn momento de su vida; entre el 85% al 95% quiere escapar de la prostituciĂłn pero no encuentra ninguna salida o no tiene otras opciones para sobrevivir. La mayorĂ­a entrĂł en la prostituciĂłn antes de cumplir 18 años». Los datos los recoge la belga Evie Embrechts en su artĂ­culo ProstituciĂłn, ¿el modelo sueco o el holandĂ©s?
El «gol por la escuadra» a la ministra Magdalena Valerio por la creaciĂłn de un sindicato de prostitutas ha sido sĂłlo un prĂłlogo para encender el debate. España tiene que decidir ya quĂ© clase de paĂ­s quiere ser. La cobardĂ­a de la alegalidad ya no nos sirve. Tenemos que decidir si queremos coger el camino de Holanda, ese supuesto paraĂ­so de las putas felices donde la legalizaciĂłn aumentĂł la trata en los burdeles legales y facilitĂł que surgiera un feroz y poderoso lobby de proxenetas; o el de Suecia, que prohĂ­be pagar por el sexo y multa a los clientes. Un sistema que, sin ser perfecto, al menos estigmatiza al poderoso, el putero.
fuente elmundo.es

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